sábado, 29 de octubre de 2011

Otro

Me enamoré de una muchacha con la cabeza enorme.
¡No lo hagas!, gritaba, mi hermana desde su cuarto.
Me enamoré de una mujer de testa planetaria
que andaba tropezando con las ramas de los árboles.
Recuerdo que era gracioso caminar por la calle
de la mano de esa mujer y verla esquivar los pájaros,
las cuerdas de tender, los cuchicheos del barrio.
Esa mujer tenía una crisma de dirigible nazi.
Mis amigos sonreían al verme con ella.
Hablaban que era un asunto de tipo hormonal.
Pero yo amaba a esa mujer y la metía en mi cama,
le daba miles de vueltas para saber qué tenía.
En la nuez, por ejemplo, guardaba un laguito
repleto de agua de lluvia y de marineros de rin.
En sus labios se reunían a copular los gorriones.
Pero si había algo curioso es que en su oreja izquierda
no había orificio alguno por donde hablarle de más
ni huequito por donde echar las ideas al mundo,
los problemas que se le entraban y no sabían salir,
se quedaban se acumulaban como saquetes de grano
paquetes de palomitas la gente bramaba:
¡por los santos que esa muchacha tapaba el sol!
¡por amor de dios que a su sombra moría el ganado
los hijos del panadero el mayor del alcalde
que tuvo a muy bien echarla del valle en que mora
rodando hasta los suburbios de otra región ¡madre!
De esta tierra yo me voy por el viento que sopla.
¡Oh madre, oh madre!: Me voy del país.
Me marcho hasta las afueras montado en su frente.
Voy a pasarme la vida entera sacándole cosas.
Voy a quedarme toda la mundo mirando el fin
de su boca, sus dedos, salen animalitos
que brillan como su ser e iluminan la noche.